LAS MALDITAS COORDENADAS
Como en el libro, encontrar un tablero decente era complicado. Solo las tiendas del todo a 100 disponían de ellos, pero no nos convencían. Por fin en una papelería encontramos algo medio aceptable, era un tablero de maleta fabricado en una especie de madera-panel.
Entre el libro y el juego el interés del niño iba creciendo, hasta tal punto que todos los días al llegar del cole una de sus prioridades era sentarse en el sofá, y montar su chiringuito de ajedrez, tablero y libro.
Página a página iba plasmando en el tablero las enseñanzas del libro. Cada enseñanza le parecía una novedad, de la cual teníamos que escuchar sus explicaciones, con su respectiva visita al tablero que seguía sin moverse del sofá y correspondiente explicación del tema que se tratase.
Uno de los temas más pesados, creo que fue, no lo recuerdo bien, el de las descubiertas, ya que no solo tuvimos que tragarnos el ejemplo del libro, sino todo el repertorio que se había inventado y del que nos hacía participes. Todo esto lo teníamos que hacer con un cuidado especial hacia el peculiar tablero.
Hasta llegar a este momento todos los días había un ritual con el tablero antes de comenzar su auto clase de ajedrez (la verdad es que no le hacíamos mucho caso, el niño estaba entretenido, en silencio y no daba mucho la tabarra, pues estupendo).
El tablero carecía de coordenadas y he aquí el mimo a ese elemento, ya que no se le ocurría al pequeño otra cosa que anotar las coordenadas en un folio, del tamaño perfecto y con sumo cuidado recortarlas, colocarlas en el tablero donde correspondía y encuadradas perfecta y exactamente, con el consiguiente talentoso trato que había que darle para que no se moviesen de su sitio, y lo de estornudar o respirar fuerte olvidado, los dichosos papelitos volaban y vuelta a empezar de nuevo con el ritual.
Cada día teníamos el mismo problema y lo de escribir las dichosas coordenadas sobre el tablero para evitar el sacarreo, ni hablar, nos lo tenía prohibido. En el tablero no se podía escribir ni pegar con fiso, nada de nada. Haber quien le llevaba la contraria, quería mantener su tablero como todas sus cosas, juguetes y libros. Que yo creo que al pasar el tiempo no envejecían, al contrario cada vez estaban más nuevos.
Un día la madre me comentó que intentara convencerlo de alguna manera para hacerle las anotaciones de las coordenadas al tablero y evitar el trajín del niño. Pero fue imposible. Yo ya tenía la idea de que más pronto que tarde iba a tener que tomar una decisión drástica y que después de la tempestad vendría la calma.
Un día mientras estaba en el colegio me arme de valor y con sumo cuidado, rotulador permanente y letra de imprenta realice tan laborioso acto, casi rezando mientras lo realizaba fuese a salirme una letra torcida, una más grande que otra o algún rayotajo. Aquello era como una operación quirúrgica. Hecha dicha operación dejé el dichoso elemento donde estaba y a esperar.
Como de costumbre llego del cole, comió y se fue al salón, mientras nosotros nos refugiamos en la cocina viéndolas venir. Al poco de entrar al salón escuchamos una voz que decía: "Papaaaaaa porque lo has pintado", fuimos a visitarlo como si la cosa no fuese con nosotros y lo encontramos llorando, en ese momento me arrepentí de haberlo hecho. Entre sollozos y lágrimas (alguna mía y de su madre creo que también cayó), de forma lo más cariñosa posible, le explicamos que así era mejor, que todos los tableros las traían y que no había ninguna diferencia entre que lo hiciese una máquina o su padre, mejor su padre porque así estaría presente en el tablero dándole su apoyo a través de esos números y letras. Además se le explicó que estaría más cómodo, podría mover el tablero sin preocuparse por nada y todo el tiempo que perdía todos los días en hacer dicho ritual lo podía emplear en aprender y así aprendería más rápido y le ganaría a su amigo José Antonio antes. Mientras todo esto ocurría y con las correspondientes lágrimas en los ojos no le quitaba la vista a su tablero.
La verdad es que lo convencí más rápido de lo que pensaba y tras echar la tarde con su nuevo formato de tablero y acompañado por sus padres acabo contento y yo creo que hasta feliz del cambio, aunque no lo reconocía.